Thursday, December 2, 2010

Viaje a La Habana

Todos apostaban a que no duraría más de tres días su estancia en la vieja ciudad. Su motivo era saber por qué sus padres eran así, cubanos, como siempre los había conocido. Y para ella ser cubano es una forma de vida, de expresarse, de vivir. Ella quería entender qué es cubanía. Su otro motivo era ver a su abuela, que está muy enferma y ella pensaba que podría morir antes de despedirse de ella.
Por esas dos razones se atrevió a desafiar el pánico que le producen los aviones, las anunciadas picaduras de mosquitos, el calor insoportable, el sol que a una hora determinada del día puede ser doloroso en el centro de la cabeza, los apagones que nunca vió.
Yo mismo la recogí de vuelta en el aeropuerto. Regresaba llena de una alegría que expresaba con los ojos, con las manos, su cabello la delataba tambíen. Habia regresado enamorada. Amaba una ciudad que por mucho tiempo fue calumniada en su presencia sin que ella pudiera defenderla, enamorada de su luz, su gente, su arquitectura, de la comida, el mejor sandwich cubano y el mejor puerco asado que se ha comido en su vida.
Hoy su apartamento en la playa de Fort Lauderdale está decorado como la playa, pero no una playa del norte: su playa es cubana, con los cocotaxis, un póster de los años 50 de Rosa Fornés y bailarinas de Tropicana, una foto de Alicia Alonso, y ella, ella inmersa en ese barullo contagioso.

No comments:

Post a Comment