Friday, October 8, 2010

Mi guajirita querida, ¡cómo te extraño!

Es una de las pocas guajiras que no se alfabetizó, quizás porque en aquella época ya estaba enmarañada con la crianza de su primer hijo: mi hermano Lázaro, que nació enfermizo y mi madre le puso el nombre del santo por haberlo salvado de no sé que mal que lo aquejaba.

Recuerdo que de niño me asaltaba la duda de cómo sin saber leer y escribir ella reconocía los números de los autobuses y no se equivocaba nunca de la ruta que tenía que coger, y lo único que las diferenciaba eran solamente el número y el nombre del lugar del destino del vehículo. Nunca fuimos a parar a ningún lugar equivocado. Cuando fui más grandesito le enseñe a escribir su nombre en letra corrida. No llegamos a más, pero tiene una inteligencia innata con la cual se defiende.


Entre los recuerdos más simpáticos de nosotros juntos, está cuando nos sentábamos a ver películas americanas con subtítulos en español y yo tenia que ver la escena, leer el subtitulo y decirle a ella lo que estaba pasando en la trama, entonces yo me retrasaba un poco y ella me preguntaba:¿qué le está diciendo ella, Félix? Yo le inventaba las cosas que se me ocurrieran y ella se daba cuenta y me hacia un puchero y me decía: ¡Mentiroso!

En otra ocasión, graciosa pero muy peligrosa, por poco se toma un pomo de tinta de zapatos pensando que era medicina para la tos.


Le agradezco mucho su naturalidad y bondad a la hora de atender a mis amigos cuando iban a mi casa. Ella agarraba su machete y salía al patio a cortar una mano de plátanos para hacer mariquitas o prepararles un desayuno. La recuerdo preparando un buen conejo, desde el día anterior lo adobaba y al día siguiente lo cocinaba y le quedaba como para chuparse los dedos. Ahora ya no lo hacemos más por no ver sacrificar el animal, pero era tradición de guajiros preparar una cena en casa con los animales que se criaban.


Hablo de ella en pasado cuando me paso un tiempo sin verla, pero en silencio en ocasiones hablo con ella y le digo mi viejita y le cuento cosas que por teléfono no hago

La recuerdo mucho y esos recuerdos me vienen con ciertos olores: comidas que ella disfrutaba hacernos, el olor a la jaula de los conejos y las gallinas, la mata de naranja del patio donde amarrábamos la vaca, que en una ocasión llegó a producir 16 litros de leche diarios entre la mañana y la tarde.


El momento más difícil con ella de toda mi vida fue cuando la llevé al optometrista a medirle la vista y al darme cuenta de que ella no podría hacer el examen, pues no sabría leer las letras, se me hizo un fuerte nudo en la garganta y le dije a la técnica que propusiéramos la cita. Nunca la vi tan vulnerable y expuesta.

Pero ella no le dio mucha importancia, a fin de cuentas velaba más por la salud de sus hijos que por la de ella propia... Así que no usar los espejuelos adecuados no seria gran cosa, me dijo. "No te preocupes yo sigo usando los de tu papá". Ese día vi la grandeza de esa mujer, consumida por el tiempo, pero fuerte como el roble que siempre ha sabido muy bien imitar.

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