Monday, October 4, 2010

Una carta por escribir

A los 18 años, con la cara llena de granitos, me llevó el servicio militar general. Era como quien dice un polluelo acabado de salir del cascarón y no estaba preparado para todos los sucesos que viví dentro de aquella unidad militar. Mucha tela por donde cortar, pero ahora solo me voy a referir a un amigo.
Felix Romero Del Valle, desde el primer día que llegó al campamento de Jejenes en Pinar del Río, contaba que cierto oficial del comité militar le rompió su largo expediente, donde él desde las primeras citaciones advertía que era homosexual pasivo. Su baja nunca fue tramitada y allí estaba entre todos, sin pelos en la lengua dispuesto a aceptar los tres largos años que le obligarían a vestir aquel uniforme verde que él con ingenua rebeldía usaba de una manera que hiciera notar su afeminada figura. Con sus genitales entre las piernas, pantalones lo más ajustado posible y el cinturón ajustado a lo más no poder, lograba un cuerpo femenino que ni Rosita Fornés en sus mejores tiempos.
Soportó los chiflidos de los demás, el extenuante entrenamiento militar como quien acepta la circunstancia de lo que no tiene remedio. El trató de remediar cualquier problema evitando entrar al servicio, pero una vez allí ya la suerte para él estaba echada. También en el primer mes escribió una carta en la que se declaraba de la misma manera y el único resultado fue una respuesta definitiva: los homosexuales estaban en el servicio para hacer cercas. Aquella carta le fue devuelta y el la dobló y la puso dentro de un libro que después prestó y recorrió todos los batallones.
Éramos, después de todo buenos muchachos, y fueron más los momentos felices que cualquier incidente que pudimos haber soportado. Pronto se ganó el cariño de casi todos y fue de los mejores amigos que he tenido en toda la vida, sobre todo porque todos los momentos que compartimos en esos años eran de todas las maneras difíciles.
La primera operación de cambio de genitales se realizó por aquellos años en el hospital Emergencia, aquello significó para él la alegría de ver realizado su sueño, ser una mujer completa, y ya estaba todo pensado, no se cambiaria el nombre, solo agregaría María delante del Félix. La ilusión terminó cuando fue al hospital con la esperanza de encontrar una larga fila de homosexuales para coger turno, y la recepcionista rompiera su sueño explicándole que solo se había realizado una operación de cambio de sexo para presentarla en un congreso de Urología.
El 15 de agosto del año 1990 nuestro llamado salió de baja. Allí no quedó aquella amistad, la tratamos de cultivar luego de coger cada uno su camino, sus papás nos ayudaron mucho en aquellos años, y yo le tenia un cariño muy especial a su familia.
En el año 1991 cuando todos estaban concentrados en los juegos panamericanos, Félix ya era famoso en su municipio Playa. En una visita mía, me mostró sus vestidos, las joyas que usaba y me contaba cómo le hacia el juego a la policía para que no lo cogieran. Mis visitas por motivos de trabajo y estudio se fueron espaciando, pero siempre que iba a su casa su mamá me decía: no está y no se ha ido del país, pero ha dejado una carta de despedida para cuando llegue el día en que se vaya te entregaremos. Él mismo me decía: si algún día yo me voy del país y no me da tiempo a despedirme, he dejado una carta que todos saben donde está para que te sea entregada.
Con las ganas que siempre tuvo de irse del país, yo imaginé que lo había hecho cuando el éxodo del 94, y lo imaginaba con tacones altos caminando entre las piedras en el campamento de la base naval de Guantánamo, meneando su cintura. Siempre tuve la certeza de que me lo iba a encontrar en alguna calle de Miami o lo que es peor, me asaltaba la terrible idea de que pudiese haber muerto de SIDA. No tengo respuesta a porque llegué yo a pensar esas dos alternativas a su vida, pero así fue, por rara que parezca la idea.
Y ahora resulta ser que no, que nunca ha salido de su querida Playa Mariano, que hoy ostenta una larguisima y rizada cabellera y que, alcanzados ciertos cambios y tolerancias en Cuba con respecto a los homosexuales, él hoy es La Felipona de Playa, y es la más bella de todas, y probablemente la que desgarre la más despampanante sonrisa como siempre. Probablemente esa carta de hace más de diez años todavía esté esperando por mí.
Fui yo el que se fue hace más de diez años y no me despedi. Ahora sé que ese amigo está vivo y siento deseos de escribir esa carta de despedida que muchos olvidamos hacer. Las amistades merecen despedidas.
Los buenos amigos, los pocos que hemos tenido, serán tu historia de viejo. Ahora, en esa carta que voy a mandarle con una amiga de su cuadra, no sé por dónde comenzad: por la despedida o por el reencuentro.

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